Imagen: Luis Rojo
Cuelgo
mi impaciencia
a una
tarde de delitos;
definitiva
y sensual
la
penumbra.
Lo
sabes,
vamos a
oler a infierno eternamente.
Es
urgente la batalla, ardiente tu recuerdo
y roja
la sangre que te quiere hacer guerra.
Ya me
muero y todavía no me encendiste
la
rabia,
la
amargura,
la
colera que detengo -
que
muerdo maltratando
el silencio
infinito.
Rómpelo
de una vez, grítame
el
viento,
que tus
brazos levanten la arena
que me
cubre la piel.
Llévame
al final,
palpitante,
atónita, arrogante.
Y
mátame toda en todos los pasillos,
- sin
testigos –
que sea de fuego el castigo que me lances
inmoral,
oscuro, prohibido.
Y
cuando ya se acabe la fuerza
de la
venganza, no te rindas.
Besa la
luz salvaje de mis ojos,
ágarrame
el alma en la ola rebelde,
píntame
el alba de vos
y como una
sentencia:
ábrazame
la vida para siempre.
Impresionante petición. Emocionante sensualidad. Sobrecogedora pasión. Imprescindible maremagnun de deseo que debe despertar la emoción de ser tomada, poseída y llevada hasta el máximo placer, en todos los lugares y a todas horas.
ResponderBorrar¡Deja que huela el infierno si el perfume que contrarrestra ese olor es el placer!
Si además, se prefiere un castigo por no alcanzar el máximo deleite, la excitación, el ardor y la fogosidad, deben estallar en una inmensa sensación como jamás se ha logrado.
Enhorabuena por este apasionado poema.
Un fuerte abrazo, querida Clara.
Tus letras dejan ese sabor a grito desesperando, a ausencia de invierno, a ese rayo de sol que penetre a lo más hondo del serdonde habita el calor de las almas.
ResponderBorrarHermoso y triste,Clarie...
Mi siempre abrazo
La piel, el alma, el abrazo que no claudica.
ResponderBorrarEncendida me voy...
Saludo grandote, dulce Clara.
Tu precioso poema parece un grito de socorro.
ResponderBorrarA veces necesitamos ese abrazo apasionado para sentirnos vivos.
Un saludo
Vehemencia en un poema hermosamente construido.
ResponderBorrar