Imagen: Luis Rojo
Cuelgo
mi impaciencia
a una
tarde de delitos;
definitiva
y sensual
la
penumbra.
Lo
sabes,
vamos a
oler a infierno eternamente.
Es
urgente la batalla, ardiente tu recuerdo
y roja
la sangre que te quiere hacer guerra.
Ya me
muero y todavía no me encendiste
la
rabia,
la
amargura,
la
colera que detengo -
que
muerdo maltratando
el silencio
infinito.
Rómpelo
de una vez, grítame
el
viento,
que tus
brazos levanten la arena
que me
cubre la piel.
Llévame
al final,
palpitante,
atónita, arrogante.
Y
mátame toda en todos los pasillos,
- sin
testigos –
que sea de fuego el castigo que me lances
inmoral,
oscuro, prohibido.
Y
cuando ya se acabe la fuerza
de la
venganza, no te rindas.
Besa la
luz salvaje de mis ojos,
ágarrame
el alma en la ola rebelde,
píntame
el alba de vos
y como una
sentencia:
ábrazame
la vida para siempre.