Imagen: Flamencos en Sardegna, Clara Carrazco
Qué tibio es el invierno cuando vuelan los flamencos
y la libertad te abriga con la brisa de las olas,
cuando la luz se hace sueño de mareas,
y mis ojos son la cueva de tu nombre.
Qué extraño es tu febrero
de humo,
de miércoles de sol,
de mi sombra apoyada en tu cocina,
de tu café ardiente y de la gente que no me imagina.
Si supieras quedarte en un lugar sin prisa,
con mi nombre atragantado en la mirada,
sin miedo a morirte en mí,
y que no sea Florencia que nos llueva,
que estés aquí el tiempo suficiente
a salvarme
a gritarme en las piernas todo el fuego,
a apagarme con tu boca la mentira.
Porque ahora sé que te pierdo cuando no te escribo
las manos de silencios,
cuando no me callas
la boca de suspiros.
Cuando vivo sin voz la noche entera,
la noche mentirosa hasta la aurora,
la noche que en tu sombra se apaga
y me mira.
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